Retomando el primero de los lemas que hemos ido trabajando desde la existencia de FEST, “somos familia” nos invitaba a eso mismo, a sentirnos como nuestra segunda familia entre los miembros de la comunidad educativa, e incluso, entre todos los miembros que componemos FEST. Y por aquel entonces ya se nos enseñaba que para realmente ser familia es necesario el encuentro con el otro, buscar puntos de encuentro. De eso en particular vamos a ocuparnos y preocuparnos este próximo curso, de buscar el punto de encuentro con el otro. En palabras del Papa Francisco, el encuentro significa saber que, más allá de nuestras diferencias, somos todos hijos de Dios. Se trata de una nueva forma de vida y modo de actuar con relación a “los otros” en comunidad. Bajo el prisma de la cultura del encuentro, entendemos que los demás son nuestros hermanos de verdad, pero no solo como idea o concepto. Si el otro es alguien como yo, ése es mi hermano. Compartimos el mismo Padre y la misma casa que llamamos Planeta Tierra. El encuentro como tal necesita de tres elementos fundamentales para darse en esencia: el diálogo, la igualdad y la aceptación de la diferencia.
Encontrarme con el otro, buscar ese punto de encuentro, supone todo un enigma y misterio para nosotros. Esto es porque de hallarlo, dicho encuentro nos transforma y cambia totalmente el rumbo de nuestro viaje, de nuestro caminar en la vida, para caminar acompañados. Para hallar ese encuentro con el otro es necesario el dejar de lado todas aquellas cosas superfluas que nos ocupan y dejar paso a la palabra, a la experiencia del otro. Esa es la actitud de escucha, la
que nos libera de nuestros prejuicios (nos impiden ver al otro como alguien que espera ser en su dignidad como persona), de nuestras voces interiores y nos permite centrarnos en la experiencia del otro . En ese momento estamos abandonando nuestro “yo” y así nuestro ego cede ante el “tú”, el otro. La escucha no se limita de esta manera al sentido auditivo, sino que nos abre a sentir la experiencia del otro, con total respeto y acogida para poder acompañarlo en las circunstancias de su vida. Para ello, y como ya comentábamos al inicio, será imprescindible que nos situemos en posición de igualdad ética. Es imposible el encuentro con el otro, desde la superioridad o la sumisión de uno respecto al otro. Solo en la verdad nos encontramos con el otro. Y como pudimos ver el curso
pasado, en ese desierto que Moisés atravesó con el pueblo de Israel, nuestra verdad es que somos limitados, débiles, vulnerables, frágiles, pobres… Debemos pues descender de nuestra supuesta superioridad moral y situarnos en el mismo lugar que el otro. Igual que Moisés se descalzó antes de ese encuentro con Dios en la montaña Sinaí, también nosotros debemos descalzarnos ante el otro, pues es tierra sagrada, y Dios también habita dentro de
él.
El encuentro con el otro debe ser una relación de servicio y ayuda al otro. El encuentro con el otro es por tanto acto de amor, de entrega para dar vida al otro. El encuentro con el otro genera vida cuando hay entrega, donación de sí. Es un acto de compasión (salir a su encuentro) que no se da separado de la justicia, pues una no suple a la otra, sino que son inseparables. Así pues dejamos que la experiencia y esencia del otro nos llene, nos inunde. Se está creando algo nuevo, algo nuevo que está emergiendo. Este suceso, este encuentro, este llenarse del otro es una experiencia totalmente personal, nos pasa a nosotros de un modo intransferible y nos deja una huella profunda en nuestro “yo”.
El encuentro con el otro debe aportar luz y esperanza allí donde se juega la suerte del otro, ya que la situación del otro que está viviendo, no nos resulta ajena, ni nos provoca indiferencia. Estamos en un mundo, en una sociedad de creciente globalización de la indiferencia, en la que el estilo de vida es el de exclusión de los otros. Cuando nos encontramos con el otro nos estamos abriendo a la esperanza, estamos confiando en el otro. Finalmente debemos tener muy claro que el encuentro con el otro es un acto muy propio de nuestro carisma trinitario. El encuentro con el otro es un acto liberador. Nos libera de nuestro aislamiento, de la soledad de nuestro “yo” para reconocernos en el “nosotros”, en la comunión con el otro. Así como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo mantienen una comunión total de amor, nosotros también somos llamados a dicha comunión, en salir al encuentro del otro, en salir de nuestro “yo” e ir a buscarte a “tí”. Todo lo que es vida está llamado a generar más vida. Sólo la negación del otro, la indiferencia hacia el otro genera muerte. La acogida al otro es la afirmación más explícita que se puede hacer del ser humano: un ser de comunión. Con la acogida empieza todo proceso de liberación: se rompen las ataduras que nos aprisionan en nuestro “yo”, y se incorpora al otro al ámbito de una relación ética. Ya nada es igual; comienza algo nuevo.
Jesús, nuestro modelo de vida, fue el ejemplo por excelencia en el encuentro con el otro, en su vida y en sus enseñanzas. Y es una de sus enseñanzas, que seguro que bien conocemos todos, la parábola del Hijo Pródigo, la que nos va a señalar la dirección hacia ese punto de encuentro. Durante este curso vamos pues a
fijarnos en esa figura del padre, como está en actitud de espera, deseando volver a ver a su hijo perdido. Y cuando regresa, el padre olvida toda ofensa, prejuicio y demás, y sale a su encuentro para fundirse en un abrazo con su hijo amado. Ese abrazo es símbolo perfecto del encuentro, del perdón, de la acogida desde la igualdad, de la aceptación del otro con sus circunstancias…
Hoy Jesús nos invita a salir al encuentro del otro, en actitud de escucha, acogida y acompañamiento.
Hoy podemos empezar a construir un nuevo mundo, una nueva vida humanizada y humanizadora.